Hoy escuché que la selección brasilera dijo que no iban a jugar no sé qué copa. Y recordé. Recordé un cuento que escribí hace unos años.
Futbolandia
Ocurrió un hecho extraño, raro. La selección de un pequeño país del Sur del mundo un día dijo BASTA. Nunca se había visto algo así.
Como todos sabemos el fútbol -junto con las religiones y el consumo- son estrategias de control social: el opio de los pueblos.
Parece que estos jugadores se hartaron de que jueguen con ellos, con el pueblo y con la gente.
En ese país en los últimos años había aumentado el desempleo, había subido la inflación, las fábricas y los comercios cerraban, había disminuido el presupuesto de salud y educación, y lo peor, la deuda externa había aumentado extraordinariamente; había hambre, homeless, y el gobierno propiciaba la fuga de capitales.
Fue allí que este grupo de 11 dignidades tomó, como nunca antes lo había hecho nadie, la trascendental decisión: “No vamos a jugar el mundial ni la copa” -decía un escueto comunicado- luego enumeraba lo que pasaba en el país y terminaba diciendo: “Somos unos privilegiados que ganamos demasiado dinero; no podemos permitir que se nos use de esta manera. Y todo lo que se ahorre con este acto queremos que sea donado a los comedores escolares, donde tantos niños concurren día tras día en busca de un plato de comida o una copa de leche.
Y concluía: Ojalá esto sirva para algo.”
PD: “Acaso lo que digo no es verdadero; ojalá sea profético” Los conjurados, Jorge Luis Borges
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