El milagro,
ese que nunca sucede,
te cambiará la vida.
Por suerte -o para mi desgracia- un día, sin saberlo, y sin darme cuenta me encontré con ella. No tuve miedo, al contrario, cierta intriga hizo que la siguiera unas cuadras; tres, solo tres cuadras donde luego se detuvo. Y la dejé pasar, dejé que se fuera. Quizá para poder perseguirla (y nunca encontrarla).
Ese fortuito -o premeditado- encuentro ocurrió un sábado nueve de febrero a las trece horas treinta minutos. Ahora intento volver a encontrarla y para ello utilizo el antiguo método de las repeticiones espaciales -o especiales- por el cual se puede encontrar un objeto, persona o cosa de este universo en el mismo día y a la misma hora en el mismo lugar. Es un método infalible pero un poco tedioso en su realización. No conozco a la bestia por lo que no sé si su recorrido será errático u obedece a alguna ley, si alguna vez volverá a pasar por este lugar -o si su vida no tiene rumbo- y ya nunca la volveré a ver.
La aplicación del método hace que deba buscarla todos los días a las 13:30 o todos los sábados a las 13:30 o todos los sábados de febrero -de todos los años- a esa misma hora o solo los sábados nueve de febrero de cualquier año.
La bestia se detuvo, pasó a mi lado ignorándome y se fue. La sigo, corro, me adelanto. Se detiene, sigo, me detengo. La miro sin que me descubra. Espero. Espera.
Un antiguo grifo me reveló el secreto de la ubicuidad -que compartimos con la bestia- para estar en todas partes hay que estar en movimiento permanente y siempre quieto.
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