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Foto del escritorRodolfo Arsento

Lucy impresionada



Un cuadro debe ser algo amable, alegre y hermoso, sí, hermoso.

Ya hay demasiadas cosas desagradables en la vida

como para que inventemos más.

Pierre-Auguste Renoir


Lucy por accidente tomó una extraña droga color azul. Droga que todavía no tenía nombre, solo unas letras identificaban el compuesto desconocido. Creía que se moría. El efecto fue devastador. Pero no murió, sino muy por el contrario, cuando despertó, o salió del extraño trance-coma en el que se encontraba y se perdía; recuperó todas sus facultades acrecentadas, sus capacidades intelectuales, sensoriales, perceptivas, motrices, todo se había acrecentado, precisado, había evolucionado. Y lo que más le sorprendía es que día a día esto se iba incrementando. Podía leer libros en minutos, luego en segundos, conectarse con otros seres, leer pensamientos, realizar complejas operaciones matemáticas, correr más rápido que un automóvil, disparar y siempre dar en el blanco, todo era preciso y lograble. Aprendió varios idiomas, en realidad todos, leyó todos los libros existentes, consultó a todos los filósofos, científicos, artistas, chamanes y demás personalidades de esta época y del pasado, reunió el conocimiento de la humanidad, lo sistematizó y lo operativizó, aprendió todo lo que el hombre siempre quiso aprender; así comprendió la metafísica, el misticismo, las religiones, la antropología, las ciencias y las artes. Y siguió evolucionando y quiso la transcendencia y quiso la eternidad, y entendió la ficción del tiempo. Fue así como comenzó a cambiar de forma, la forma sin forma y descubrió el don de la ubicuidad. Supo de dónde venía y hacia dónde iba y comprendió el misterio de la migración de las almas que explica el Bardo Thodol. Aprendió que las guerras son inútiles y regresó a casa. Nuestra casa.

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