Ella limpiaba y limpiaba. Era una limpiadora profesional. Se llamaba María -la inmaculada- sin mancha y le hacía honor a su nombre. Tal es así que una prestigiosa marca -multinacional- hoy el mercado es así, la quiso contratar para una publicidad ya que habían caído abruptamente sus ventas del polvo para limpiar que fabricaban, reemplazado por un limpiador cremoso más moderno y ahora de moda.
María, a quien la plata no le sobraba, lo pensó intensamente pero contestó contundente: “mi religión no me lo permite”.
Extrañado el gerente de marketing José Telavendo quiso conocerla y entrevistarla.
Ella accedió.
María era soltera, bien agraciada y rondaba los 30 años. José, una década mayor, era casado, con una considerable fortuna e hijos.
El encuentro tuvo lugar en un conocido bar de la ciudad. Ella pidió como condición que no hubiera cámaras. Él consintió. Iban a tomar un café nada más que eso, pero cuando José la vio no pudo resistirse, le comenzaron a temblar las piernas y apenas pudo presentarse balbuceando su nombre. María tranquila se sentó y ordenó un cortado en jarrito. José quería pedir un whisky doble pero no era lo correcto, así que también pidió un café simple.
María permanecía callada y angelical y José no lograba articular palabra para preguntarle o iniciar de algún modo aquella extraña conversación-entrevista. Poco a poco la situación se fue distendiendo, solo un poco, ya que José estuvo siempre embobado admirándola, sin saber qué era lo que admiraba ya que no se trataba de una belleza rutilante sino más bien de algo poco común. Primero pudo hablar un poco del clima, imprecisamente, ya que a ciencia cierta no sabía si decir que hacía frío o que hacía calor. Luego le pudo contar lo de las bajas en las ventas del polvo limpiador de la empresa en la que trabajaba y de la cual era el gerente de marketing. María lo escuchaba minuciosamente pero sin expresar ninguna opinión; al fin de cuentas era José el que había querido este encuentro. A ella más bien le daba igual, tenía que seguir trabajando y limpiando no solo su casa sino también casas ajenas. Así que sorbía educadamente su café y esperaba ver cómo se desarrollaría este extraño encuentro.
Finalmente los cafés ya estaban a punto de acabarse cuando José pudo formular la pregunta que lo intrigaba ¿Cuál es la religión que te impide trabajar en una publicidad y ganar un poco de dinero?
Ella lo miró largamente, como esperando que él mismo tuviera la respuesta para tan ingenua pregunta, pero visto que no era así, dijo sobriamente: “la de las inmaculadas”.
Esa palabra despertó en José una intriga inenarrable y ya no pudo más separarse de ella ni de día ni de noche. María había invadido sus pensamientos y sus sueños también. Así que quiso verla de nuevo una y otra vez. A la postre terminó separándose de su esposa, dejó su casa y sus comodidades, hechizado por el misterio y comenzó a cortejarla.
Después no supimos ya nada de ellos. Él dejó también su puesto de gerente de marketing y ella ya no limpia casas ajenas.
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